«El advenimiento de un nuevo orden»
Todavía no son muchos los que han tomado conciencia que asistimos a una de las revoluciones sociales más importantes que ha experimentado la humanidad desde sus orígenes, una sociedad que algunos llaman sociedad 2.0 y yo denomino sociedad P2P. En ambos casos, una terminología traída del ámbito del lenguaje informático y la navegación en la red Internet.
Eso que nos parece un juguetito, una forma de estar en contacto con gente conocida o amigos, eso de Facebook, Twenty son las redes sociales, aunque detrás haya mucho más. Hay formas de compartir, comunicar, e interactuar que nos permiten intercambiar emociones, sentimientos, experiencias, conocimientos, y bienes de tipo cultural o artístico. Lease vídeo, música, literatura… En definitiva un espacio donde cada día más trascurrirá una buena parte de nuestra vida social.
La capacidad de comunicación P2P, es decir, punto a punto, ordenador a ordenador, unido a la digitalización y tendencia a que bajo ceros y unos se cifre todo bien cultural y artístico o de información, sea una imagen, una película, una obra literaria o científica hacen cada día más obsoleta una sociedad delimitada por los límites de la propiedad y de la privacidad. Aplicar leyes del viejo orden al nuevo que comienza a nacer va contra su filosofía abierta y compartida. Chirría por todas sus costuras. La revolución de Internet y su tecnología P2P ha demostrado que el viejo concepto del cobro «in eternum» de los derechos de autor, tiene poco sentido. Infinidad de cantantes noveles regalan sus composiciones en la red, suben y comparten sus creaciones en ella. Mientras, los ciudadanos de a pie se pasan música, libros y cine como antes prestaban los viejos vinilos o cintas de cassett al amigo. La facilidad de reproducción, la no pérdida de calidad por el copiado, el top manta y las descargas en la red ponen contra la pared a las grandes productoras que administraban el negocio anteriormente. También a los artistas que son los creadores; pero muchos de ellos se han dado cuenta que su trabajo es salir al encuentro de su público, volver a patear las carreteras para dar cien conciertos al año, saben que no vale quedarse en casita esperando la minuta periódica que la sociedad de autores les libraba por éxitos pasados. Otros, optan por regalar un plus con el disco a sus compradores…
Claro que el Sr. Lara se defiende diciendo que, en el caso de la literatura, no se imagina a Mario Vargas Llosa dando recitales de lectura por las bibliotecas, seguramente lo que el Sr. Lara no se puede imaginar es que las bases de su negocio están cambiando muy deprisa.
Eso sí ellos, los poderosos, es decir, quienes han manejado y manejan ésta bicoca por la cual un señor hace algo y vive de ello toda la vida y otros pocos, que administran el tinglado de la distribución y venta, tienen acceso al poder, a quien hace las leyes.
De este modo, si hablamos de Poder y Estado, convendran conmigo que el más poderoso es EEUU. Miren por donde Wikileaks revelaba hace unas semanas las presiones del Gobierno Obama sobre el de Zapatero, demandándole poner coto al pirateo en España. Nuestro gobierno, obediente él (aunque su presidente no se levante ante su bandera, aunque se defina obrero y progresista), responde con la ley Sinde Por suerte, de momento rechazada en el parlamento desde ayer.
Quizá alguien piense que estoy contra el derecho a vivir de los creadores, pero no es el caso, estoy contra el derecho a vivir del cuento «sine die». Los derechos de autor tienen, como todo, un precio que se recibe por su entrega una única vez. Pues un arquitecto no cobra derechos de autor cada vez que se entre a un edificio diseñado por él, ni un decorador, ni un carpintero ¿Por qué un artista sí debe hacerlo? ¿Por qué estos derechos no tienen una fecha de caducidad? ¿por qué no buscar otros mecanismos distintos al peaje continuo para resarcir a los creadores?
Pero lo más importante ¿Por qué el empeño de este gobierno y la Sra, Sinde de cercenar, juzgar y ejecutar ordenes contra la libertad en aras de la supuesta lucha contra la piratería?
Sinceramente la revolución a una nueva sociedad, a un nuevo tipo de cultura, de hábitos de compartir, de comunicar y experimentar está en marcha. El proceso es imparable y creo que con independencia de lo que opinemos, todo esto es querer ponerle puertas al campo. Eso sí, la historia nos demuestra que al final los poderosos son capaces de ponérselas y seguir lucrándose, al menos ha sido así hasta hoy.
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