«Hacer lo que debemos hacer»
Hasta hace unos días que llegó a mis manos una reflexión de Leopordo Abadía -ya saben a quien me refiero, ese vejete simpático de pelo blanco que habla de la Crisis Ninja y que dice cosas llenas de sentido común-, pensaba como muchos padres de mi edad eso de: ¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?. Claro que, como razona Abadía, no me había parado a pensaren el que me dejaron a mi mis padres.
Para ellos, lo importante era conservar el campo porque de él salía el pan de cada día, sin embargo hoy nadie lo quiere y mantenerlo no da pan sino que conduce a la ruina. Me criaron y enseñaron en la austeridad, había que tener en la cámara de la casa las tinajas de aceite y dos sacas de harina. En prever que podían venir años malos y, con aquello, te valdrías por ti mismo. Hoy no hay tinajas en las casas, tampoco tienen cámaras, ni harina y, aunque las hubiera, de nada te servirían para el pago del recibo del gas, la luz, el teléfono, el del seguro del coche o para llenar el depósito del vehículo… El mundo que me dejaron ya no tiene maestros venerables, mayores a quien respetar, personas solidarias, vecinos en quien confiar y, la palabra dada, aquella que por honor debía mantener, no vale nada. Por no valerse, no se vale la escrita ante notario, ni las promesas ante el altar.
El mundo que me dejaron es el de la globalización que trae los pepinos de miles de kilómetros, más baratos de lo que te costaría criarlos. Internet, que parece conectarte a cualquier hora con cualquier persona en el lugar más remoto que puedas imaginar. Tiene también bombas atómicas, terrorismo, primas de riesgo, mercados financieros… y de todo eso no me hablaron mis padres. Hasta dudo de que ellos alcanzaran a imaginarlo. Me pregunto si alguna vez ellos se hicieron pues la pregunta de ¿Qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos?.
Seguramente ellos sólo tuvieron claro una cosa: que tenían que educarme en el trabajo, la honradez y aquello que ellos siempre repetían: «Se un hombre de bien». No me pagaron academias de música, ni danza ni idioma… Pero se sacrificaron echando sobre sus espaldas mi ausencia en el trabajo familiar para que fuera al instituto. Allí fui porque mi maestro Yagüe les había dicho: «Parece que el zagal aprovecha, sería una pena que no fuese al instituto» pues ello ni se lo planteaban.
Es imposible saber de antemano que mundo les vamos a dejar a nuestros hijos para el futuro, seguro que ni alcanzamos a imaginarlo. Por eso lo que como padres tenemos que preguntarnos es ¿Qué hijos vamos a dejar en el mundo? Pese a todo, estamos seguro de una cosa: lo bueno que hay en nosotros no lo inculcaron nuestros padres: esfuerzo, honradez, austeridad… Enseñemos pues eso, pues seguro que el mundo que hereden sabrán reconducirlo y hacerlo mejor con esos valores.
Todo lo demás… ¿A saber?
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Hasta hace unos días que llegó a mis manos una reflexión de Leopordo Abadía -ya saben a quien me refiero, ese vejete simpático de pelo blanco que habla de la Crisis Ninja y que dice cosas llenas de sentido común-, pensaba como muchos padres de mi edad eso de: ¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?. Claro que, como razona Abadía, no me había parado a pensaren el que me dejaron a mi mis padres.
Para ellos, lo importante era conservar el campo porque de él salía el pan de cada día, sin embargo hoy nadie lo quiere y mantenerlo no da pan sino que conduce a la ruina. Me criaron y enseñaron en la austeridad, había que tener en la cámara de la casa las tinajas de aceite y dos sacas de harina. En prever que podían venir años malos y, con aquello, te valdrías por ti mismo. Hoy no hay tinajas en las casas, tampoco tienen cámaras, ni harina y, aunque las hubiera, de nada te servirían para el pago del recibo del gas, la luz, el teléfono, el del seguro del coche o para llenar el depósito del vehículo… El mundo que me dejaron ya no tiene maestros venerables, mayores a quien respetar, personas solidarias, vecinos en quien confiar y, la palabra dada, aquella que por honor debía mantener, no vale nada. Por no valerse, no se vale la escrita ante notario, ni las promesas ante el altar.
El mundo que me dejaron es el de la globalización que trae los pepinos de miles de kilómetros, más baratos de lo que te costaría criarlos. Internet, que parece conectarte a cualquier hora con cualquier persona en el lugar más remoto que puedas imaginar. Tiene también bombas atómicas, terrorismo, primas de riesgo, mercados financieros… y de todo eso no me hablaron mis padres. Hasta dudo de que ellos alcanzaran a imaginarlo. Me pregunto si alguna vez ellos se hicieron pues la pregunta de ¿Qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos?.
Seguramente ellos sólo tuvieron claro una cosa: que tenían que educarme en el trabajo, la honradez y aquello que ellos siempre repetían: «Se un hombre de bien». No me pagaron academias de música, ni danza ni idioma… Pero se sacrificaron echando sobre sus espaldas mi ausencia en el trabajo familiar para que fuera al instituto. Allí fui porque mi maestro Yagüe les había dicho: «Parece que el zagal aprovecha, sería una pena que no fuese al instituto» pues ello ni se lo planteaban.
Es imposible saber de antemano que mundo les vamos a dejar a nuestros hijos para el futuro, seguro que ni alcanzamos a imaginarlo. Por eso lo que como padres tenemos que preguntarnos es ¿Qué hijos vamos a dejar en el mundo? Pese a todo, estamos seguro de una cosa: lo bueno que hay en nosotros no lo inculcaron nuestros padres: esfuerzo, honradez, austeridad… Enseñemos pues eso, pues seguro que el mundo que hereden sabrán reconducirlo y hacerlo mejor con esos valores.
Todo lo demás… ¿A saber?