Hace unos días tuve la oportunidad de leer un artículo sobre la Ley de Autoridad Docente, normativa que está prevista que a principios de verano sea aprobada, y por lo tanto, entre en vigor. La verdad es que leí detenidamente el escrito ya que me parecía, sinceramente vergonzoso, pensar hasta dónde habíamos llegado, es decir, en qué se había convertido esta sociedad al ser necesaria una ley para reforzar la figura del docente como una autoridad pública.
No, no se trata de volver a aquellos profesores de palmeta en mano, cuyos alumnos a veces no podían diferenciar entre estar realizando el servicio militar o el estar, simple y llanamente, aprendiendo en una escuela. No, no se trata de volver a aquellos tiempos en los que los profesores tenían autoridad para dar un pescozón, un repizco o incluso, porque no, en algunos de los casos, incluso una bofetada. No señores, no se trata de eso.
Pero de lo que sí se trata, es de que los profesores, simplemente por el hecho de ser adultos, se merecen un respeto, consideración que muchos alumnos ni tan siquiera saben que significa.
Y es que, cómo vamos a inculcar respeto en nuestros hijos hacia los docentes cuando ni tan siquiera los padres de hoy en día mostramos esa educación.
En varias ocasiones, durante mi etapa escolar, tuve la oportunidad de escuchar a mis padres como, una y otra vez, le decían al profesor: “Usted, si tiene que darle, dele, que yo después en casa le daré otra vez”. ¡Son frases que nunca se olvidan! Pero, y aunque no soy para nada partidaria de la violencia infantil, ni mucho menos, todo lo contrario, lo que sí es cierto es que hoy en día existen muchos padres que, como si una venda cubriera sus ojos, parecen no querer darse cuenta de como son verdaderamente sus hijos.
Padres y madres que aprovechan cualquier, “queja” de su hijo sobre su profesor para ir a pedirle a éste explicaciones. Y, en el mejor de los casos con educación, pero, ¿y los que lo hacen sin la más mínima delicadeza? Y luego, nosotros, los adultos, queremos niños disciplinados.
Nunca me cansaré de decir que la educación debe comenzar en casa. De no ser así, nuestros hijos andarán muy perdidos en ese camino.
Es cierto que hoy en día, esas jornadas interminables de los papás, y cuando no, también de las mamás, hacen que los progenitores tengan menos tiempo para estar con sus hijos, y por lo tanto para educarlos. Y por supuesto, también es toda una verdad, que no está la cosa como para andar pidiendo una reducción de jornada o mejores condiciones laborales.
Pero lo que sí es cierto, es que para nuestros hijos desde que son muy pequeños, somos sus referentes. Hagamos primero las cosas bien nosotros, y después les podremos pedir a ellos respeto.