Hornos es un precioso pueblo de la Andalucía del interior, tan interior como su provincia de Jaén en los límites con Castilla la Mancha. Es Hornos uno de esos pueblos blancos que se asoman a la cornisa de un cerro rodeado de olivos y pinares, con apenas cuatrocientos habitantes a los que uno tiene que llegar a propósito si no quiere quedarse con la bonita estampa que ofrece desde lejos. Sólo el indicador que desde la carretera A-327 que va desde Puerta de Segura a Velez Rubio, que señala su categoría de Conjunto Histórico persuade al viajero que por allí transita de desviarse para efectuar una visita al lugar y, como esta vez iba con tiempo, no dude en acercarme.
El pueblo que se asoma sobre un cantil de roca caliza conserva en esta cara la muralla que un día le rodeo por completo, uno de los lugares de interés es sin duda su antigua puerta medieval que daba acceso al recinto por el norte. Sus calles de trazado irregular y en pendiente con las casas de blanco conservan ese aire tan español y del sur que invitan a pasearlas con la cámara en busca de rincones preciosos donde sestean unos gatos a la sombra de una parra o entre el frescor de las macetas que esa mañana regara su dueña.
Tiene un castillo fortaleza, con una torre homenaje y otras tres de menor envergadura que, en otras épocas este territorio fronterizo, fuera defendido por los caballeros la orden de Santiago dando origen a la actual población. Hoy alberga entre sus muros el Cosmolarium, un centro de interpretación astronómico como no podía ser de otro modo en un lugar de sierra que todavía conserva cielos limpios sin gran contaminación lumínica.
Sentado en una cafetería del centro pregunto al camarero que me sirve ¿De qué vivís aquí de los olivos? (teniendo en cuenta que los alrededores de Hornos, a excepción del monte es un interminable olivar). No señor -me dice- aquí vive todo el mundo del paro, vamos del per este que se ha inventado el sistema,. Las aceitunas hace años que las recogen los de fuera. Entonces que hace la gente - insisto-, mientras mi interlocutor me aclara: "Pues se vienen a media mañana al bar echan la partidita y se toman la cervecita, aquí no trabajan más que cuatro tontos como yo que tenemos que mantener a tanto cara dura". Me apostilla finalmente señalando a una muchacha joven que le ayuda en la barra que cuando cierre se irá con ella a arreglar unos olivos, la muchacha sonríe corroborando que ella tambien forma parte de los cuatro tontos que trabajan allí.
A la vista de la contundencia en las respuestas del camarero, no insisto más. Por un momento supongo que es el dueño del local, que anda algo negro con el sistema como él dice y que acaba de pagar recientemente alguna de las mil pagamentas que regulan el negocio, pero que tal y como me lo dice no deja de ser una exageración.
En cualquier caso, no me cabe la menor duda de que la economía del lugar no dé para mucho más, tampoco de que la filosofía de vida del andaluz se haya acomodado a un sistema endémico subsidiario renunciando a toda iniciativa que conlleva riesgos y un calvario sin fin de papeleo e impuestos. Ante el dilema de falta de expectativas, y calvario impositivo, los lugareños prefieren vivir con modestia, pero vivir tranquilos a fin de cuentas, los negocios que los hagan otros.
Seguramente estos pueblos han llegado a nosotros tal y como hoy los vemos porque nunca llegó a ellos el desarrollo y el estrés de vida que cuatro tontos llevamos.