«Fieles a la tradición»
Con un aire gélido que penetraba hasta los huesos se desarrolló en la noche de ayer la procesión del Santo Entierro, desfile procesional que, hasta ahora, ha sido mi predilecto en nuestra Semana Santa. Digo hasta ahora, porque anoche no logré soportarlo, quizá influyó el frío de la noche que no invitaba precisamente a quedarse en la calle. Aunque debo confesar que he pasado muchas noches peores deambulando con las cámaras, incluso con temperaturas más bajas; sin embargo este Santísimo Entierro, pudo conmigo.
Demasiados y prolongados cortes, la larga lista de paros interminables, pitos y trompetas dieron al traste con mis ganas de ver la procesión. Alguien debía decirle a las bandas, especialmente a la de los Rolleros (por cierto, tocan y suenan de maravilla), que precisamente en esa procesión, no deben hacer sonar la trompetearía y todo su arsenal de instrumentos de viento. Un solemne entierro no pega con tanta algarabía, aunque no fueron los únicos que lo hicieron, pero a ellos se les oye especialmente. ¿Qué fue de los tambores broncos? ¿Qué del silencio?. No deberíamos olvidar que la solemnidad de una composición está tanto en sus notas como en sus silencios. Nada estremece tanto al alma humana como el silencio.
Quien si lo supo entender bien y lo plasmó en su desfile fueron los hermanos del Cristo de la Reja, acompañados por un grupo de roncos tambores, eso, sí sonaba solemne, digno de un Magno Entierro, pero por favor pitos en esta procesión, sinceramente no pegan. Sólo ellos y las personas que portaban cirios tras el Cristo de la Salud estaban a la altura de lo que requería el acto.
Jumillanos ateridos bajo las mantas contemplan la procesión
Sinceramente, si el frustrado Magno Entierro del seiscientos aniversario, iba a discurrir como lo visto anoche, es posible que un designio divino fue quien lo evitó.
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