«Cuando se pierde la legitimidad y el liderazgo»
Sensatez, sentido común y respeto al otro, son algunas de las bases fundamentales por las que debería regirse un cargo público. Y digo cargo público, que no político, entendiendo que este último es un papel que desempeñamos todos y cada uno de los ciudadanos que participamos de la polis, en la ciudad.
El sentido común le dicta al cargo público, que no se debe decir una cosa y hacer otra, que no se debe aparentar una cosa y ser otra en realidad: hipocresía. De lo contrario, el prestigio y, por ende, la confianza en el cargo, se pierde, y con ello el pilar fundamental para poder gestionar en la polis.
Los cargos públicos actuales han perdido la confianza del pueblo. El ciudadano manifiesta la desconfianza de diferentes maneras: unos no saludan, otros no votan, otros critican públicamente, otros critican en privado, otros se movilizan en la vía pública etc. Al final, el cargo público percibe un rechazo que, en algunos casos, no llega a entender.
En otros casos reacciona airadamente, repartiendo culpas a diestro y siniestro. En ningún caso, públicamente, asume alguna responsabilidad en lo que está ocurriendo. Y, para que no se malinterprete, conste que me estoy refiriendo a los cargos públicos en general. Lógicamente, los ejemplos más recientes son los del partido que ahora nos gobierna, el PP.
Cada cuatro años observamos la euforia del ganador en las elecciones. Es fácil ser ganador y recibir estironcitos de chaqueta de unos y otros. Parece que todo el mundo te quiere, y desea estar cerca del triunfador. Pero la realidad te pide cuentas muy pronto. Y al tiempo que te están estirando de la chaqueta, te están pidiendo que resuelvas. Y si no lo haces, con la misma rapidez con que te encumbraron, los ciudadanos te critican y te lanzan al infierno.
No es un espejismo, sino que se sólo se trata de responder a las promesas que les hiciste, a la confianza que generaste. No te puedes quejar porque se enfaden si se sienten traicionados. No son los ciudadanos los que te escribieron el programa electoral, fuiste tú y tu partido el que presentó el contrato a los ciudadanos, y ellos te lo aceptaron. Si después haces lo contrario de lo que les prometiste, ¿quién está rompiendo la baraja?
Pongamos ejemplos sobre promesas incumplidas del PP: bajaría los impuestos, crearía empleo, no tocaría las prestaciones sociales, no tocaría las pensiones, etc. Todos hemos visto que está haciendo lo contrario, pero la tomadura de pelo superlativa es cuando, para salir del hoyo en el que nos habían metido los bancos, no Zapatero, decretan unos sacrificios a los ciudadanos que, al cabo de dos años, no han servido para nada y que, además, reconocen en privado. ¿Quién está rompiendo la baraja y riéndose de los ciudadanos?
Pongamos ejemplos locales, de Jumilla. Cuando algunos miembros del gobierno municipal del PP, desprecia las preguntas que le hacen los miembros de la oposición, dónde está la sensatez y el respeto al otro. Cuando, en las Comisiones Informativas, los concejales del grupo municipal que gobierna ningunean las intervenciones de la oposición y sus propuestas, aligerando las reuniones en un claro desprecio por la institución y los órganos de representación a los que pertenecen, ¿quién está haciendo política impresentable y chulesca?
Se vota cada cuatro años, cierto, pero el ganador ha de demostrar cada día que se merece la confianza que se le dio el día de las elecciones. De lo contrario, queda moralmente deslegitimado para gobernar.
Sirva este artículo para que los cargos de buena fe, reflexionen sobre sus actitudes y decisiones. A ningún ciudadano le interesa tener gobernantes incapaces o ineptos. No digo ya si se tornan, además, altivos, omnipotentes, dictatoriales y despreciativos para todos y todo lo que no sea de su cuerda, utilizando su posición para hacer daño. Deseamos el mayor acierto a los que nos gobiernan, nos irá mejor a todos. De lo contrario, el cargo público no tiene más salida que irse a su casa, o esperarse el chaparrón que descargarán los ciudadanos sobre su gobierno.
P.D.: Sí hay soluciones: los juzgados y los votos. Y mientras: ¡salta rana, salta!
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