«La revolución de la imagen»
Desde la llegada de la fotografía digital nada es ya igual que antes. No se trata solamente de que con ella se amplíen las posibilidades que ya tenía la imagen de bromuro de plata o analógica, tampoco de que sea ahora con la digital cuando realmente la fotografía se haya extendido y difundido entre millones de usuarios al margen de los profesionales y aficionados. No es sólo eso, estamos asistiendo a una auténtica revolución, donde seguramente sin ser conscientes de ello, hemos creado el ojo digital que todo lo ve y alcanza.
Lo digital ha revolucionado tanto la tecnología de la imagen, que ha terminado por fusionar bajo sus dominios tanto la imagen fija como el cine y el vídeo, hoy todo confluye en ella y los dispositivos son cada vez más capaces de capturar una imagen o una secuencia de ellas.
Seguramente ya no es posible sobre la faz de la tierra, que ocurra un suceso humano de relevancia sin que, dicho acontecimiento, quede registrado en una imagen o en un vídeo. Nos tendríamos que ir a lo más profundo de territorios salvajes al aire libre para que nuestra presencia allí no fuera captada y registrada por una cámara y, a pesar de ello, quizá lo fuese por un satélite que órbita a 900 kilómetros de altitud sobre nuestras cabezas.
Hoy para investigar cualquier delito que sucede, la policía visiona horas y horas de grabaciones de cámaras bien sean de vigilancia privada o de aquellas que entidades bancarias u oficiales disponen por todos los rincones de las ciudades. Rastrear las grabaciones es el primer paso en toda investigación.
Son miles de millones las cámaras fotográficas que circulan a diario por el planeta en manos de sus propietarios, da igual que lo sean específicas o que estén integradas en sus teléfonos móviles, tables o donde quiera que imaginemos. Si nos referimos a esas otras que están fijas con fines de vigilancia en establecimientos públicos, casas privadas, red de carreteras, etc. el número de ellas es incontable. Al día de hoy se desconoce con exactitud la cantidad de cámaras estacionarias que no dejan de grabar día y noche o se ponen en funcionamiento cuando sus sensores detectan movimiento. No hay una vivienda, un negocio, una granja de cierto valor que carezca de estos elementos de vigilancia, es más, ellas son un requisito exigido por las compañías de seguros para asumir los riesgos contra la propiedad del asegurado.
Con las cámaras digitales ha nacido el Gran Hermano del que hablara G. Orwell en su novela 1894. El ojo digital que todo lo escudriña y ve. Con él, es seguro que no podremos evitar el perder gran parte de nuestra privacidad y anonimato, no podemos evadir su mirada ni ocultarnos de ella cuando paseamos por una calle, una urbanización o un polígono industrial, ni siquiera cuando andamos por un camino que discurre junto a un chalet, una granja o vieja casa de labor, pues alguna cámara se ha activado a nuestro paso dejando constancia de nuestra presencia. Si el software de reconocimiento facial está a punto de ser capaz de cotejar un rostro en enormes bases de datos identificando a los sujetos en apenas unos segundos, cabe preguntarse ¿Qué queda de nuestra privacidad?.
No se si viviremos en un mundo más seguro; pero desde luego tengo claro que en él tendremos menos libertad que en el que acabamos de dejar atrás.
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