Cuenta Raul del Pozo que en una ocasión estabas jugando al Golf y la gente te aplaudía al verte, él te dijo «Presidente, cómo le aplaude la gente». Tu le respondiste: «Sí, pero no me votan, los cabrones». En nuestro país Presidente, tu lo sabes, siempre ponemos la ceba en el rabo del burro muerto, aun cuando en vida le neguemos el agua; es cosa de nuestro maldito carácter.
Aun siendo así, he de decirte mi querido Presidente que me alegra, con tristeza y rabia contenida sí, pero me reconcilia que finalmente te lo reconozcan.
Como verás tus enemigos de antes, aquellos que te llamaban "Tahúr del Missisipi” cantan ahora tus virtudes de estadista, tu capacidad para conducir de forma impecable aquel proceso que llamamos transición, en el que los que veníais del viejo régimen, tras un harakiri, lo transformasteis en una seudo Democracia. Diría más bien en una Dedocracia oligárquica, donde ahora todo lo decide el Movimiento (no el Glorioso de antes), de unos cuantos que dominan el aparato, queriéndonos hacer ver que este Movimiento dista mucho del otro Glorioso Movimiento Nacional. Con todo, te reconozco un paso importante: el de un Movimiento de uno, al de unos pocos.
También desfilan ahora con elogios los traidores de tu vieja UCD glosando tus méritos. Aunque en aquellos días no dudaran en navajearte por la espalda en busca de un nuevo acomodo político.
Hasta el mismísimo Rey, el que te preparó la encerrona militar en el palacio de la Zarzuela, yéndose discreta y oportunamente al servicio, siente ahora una gran y profunda pena por tu pérdida irreparable. Me alegro ayer al verlo ante tu féretro de que entonces, cuando te presentaste a Sabino en Zarzuela, te hicieras acompañar por Lamo de Espinosa al presentar tu dimisión al Jefe del Estado. Dejabas constancia de este modo con testigo, que eras tu el que se iba, no Él quien te echaba.
Me alegro infinito que algunos años más tarde, cuando la enfermedad destrozaba tus recuerdos y memoria y el Rey vino a verte, cuando tu hijo disparó esa foto que ayer lucía el Rey sobre su mesa, esa en la que se os ve caminando ambos de espaldas y a contraluz por el jardín de casa; al marcharse, le dijeras a tu hijo que había tomado la foto: «Este señor que ha venido a verme ¿Quién es?». Algunos dirán que fué por el Alzheimer, yo creo que por lucidez, pues nuestro cerebro tiene la bondadosa propiedad de borrar de nuestra memoria los malos momentos, y a las personas que nos hicieron daño.
Me alegro de que miles de ciudadanos anónimos desfilen ahora para darte el último a Dios, quiero pensar que ellos al menos no fueron de los cabrones que no te votaron, que su voto estuvo entre los pocos miles que junto al mío recogiste en su día. Desde luego entonces, nos faltaron muchos de los que ahora te elogian.
Aun hoy Presidente Suárez, no tengo claro a qué se debe mi afecto a tu persona, al contrario de quienes ahora te encumbran al mejor político de nuestra historia, al estadista de talla histórica… yo sigo viéndote como un encantador de serpientes, un gallardo viejo falangista con vocación de servicio a España, un hombre de enorme telegenia, capaz de lidiar con sirios y troyanos en pos de un ápice de grandeza, alguien que por encima de todo se empeña en cumplir su promesa, con ambición de poder sí; pero para transformar la realidad. Seguramente te faltaba formación y otras cualidades que tienen los grandes estadistas; pero las supiste suplir con creces con las que poseías.
Un día dijiste: «Cambiaría un año de poder por cuatro de vida» ahora seguro sabrás que no merece la pena, aun por mucho de lo que hubieras podido hacer en ese año, pues al final querido Presidente, el mundo sigue a pesar de nuestros esfuerzos y anhelos. Las miserias humanas perduran y los vicios que nos hubiera gustado erradicar también. Sólo el recuerdo y cariño de quienes creyeron en nosotros perdura mientras viven, lo demás quedará labrado en lápidas de mármol o en libros de historia pero será agua pasada.
No creo que seas el estadista que ahora se dice, tampoco el que nos condujera a una Democracia que todavía no tenemos aunque dieras el primer paso; pero eres el Presidente en el que creí, del que guardo con profundo cariño en mi memoria, descansa en paz ahora Presidente Adolfo Suárez.
La tremenda hora hispánica de las alabanzas y la pasión necrofílica de los españoles...
ResponderEliminarAunque quizá en ambas haya hoy una queja de la actual situación de crisis y un reproche a los nuestros malos gobernantes.
Pues yo era uno de esos cabrones que no votaba a Suárez... ¡Y lo que me alegro!
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