«Los límites de la sociabilidad»
Mis amigos se mosquean cuando me resisto a darles el número de mi móvil, cuando finalmente se los doy a fin de herir su susceptibilidad, luego no puedo evitar las suspicacias que tienen conmigo pues no se terminan de creer que siempre lo lleve apagado. Por ello no dejan de repetirme «Para que puñetas quieres el móvil». Cuesta creer que un forofo de las nuevas tecnologías, del cacharreo y de los aparatos mantenga esta precavida y anómala relación con el rey de las tecnologías electrónicas «El móvil».
Reconozco que es el gran aparato del siglo, que a través de él nos llegara ese nuevo mundo que se avecina de la «realidad aumentada» o el «entorno virtual» mediante el cual accederemos a información del entorno en el que nos movamos, sea una ciudad o paraje natural. Con el móvil, no sólo estaremos comunicados con familiares, amigos y conocidos y, además, de llevar integrada nuestra agenda, calculadora, linterna, y cámara de fotos en sus pantallas aparecerá un plano de situación con nuestra posición, el cine más cercano, el bar de copas recomendado, la descripción del monumento situado frente a nosotros, o los especimenes de la flora y fauna que nos rodea. En definitiva toda una cuarta dimensión informativa que pretende hacernos más cómodo e inteligible el lugar por donde deambulemos.
Admito igualmente que en ocasiones un móvil te saca de un apuro, que te puede incluso en circunstancias especiales salvar la vida. A pesar de ello, creo que es el artefacto más maléfico que ha inventado el ser humano, pues con él se perdió nuestra intimidad, nuestra privacidad y nuestro estar a solas con nosotros mismos.
El móvil no distingue situaciones, horas y circunstancias, si lo llevas encendido sólo la falta de cobertura te libra de su nefasta influencia. Su generalización y uso lo ha convertido en una especie de prolongación del yo sin la que no podríamos vivir. Como quiera que deseo conservar mi privacidad, mis momentos de soledad y como además estoy convencido de que nada puedo hacer en la distancia, lo llevo apagado. Tan sólo cuando espero una llamada, una gestión o necesito llamar lo enciendo. El tiempo restante es mi tiempo individual, mi soledad e intimidad, aquella que necesito para pensar, aprender, reflexionar, sentir, vivir y poder después comunicar, ya que sólo somos capaces de comunicar aquello que hemos aprendido por nosotros mismos. El resto de cuanto contamos, lo que no es aprendido en nuestra intimidad y soledad, es cacarear lo de otros, repetir y repetir dichos y frases que de tanto contarlas se convierten en tópicos sociales.
Llamar a alguien es como tocar la puerta de su casa, pero más cómodo y rápido. Y apagarlo como pegar un cartelito de "no estoy en casa", pero sin el riesgo de que te entren a robar.
ResponderEliminar¿No?
los móviles nos vuelven mucho más mentirosos, nos lanzan a excusarnos constantemente para conservar nuestra intimidad.
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