«Contradicciones y humo»
El caso de Gibraltar es una de esas vergüenzas nacionales que, de tarde en tarde, nos sacude la conciencia y de forma recurrente nos vuelve a salir. A estas alturas, hace trescientos años que firmamos un vergonzante tratado en el entregamos a los ingleses un peñón insignificante en extensión, pero clave para dominar el tráfico marítimo al ser la entrada al mediterráneo y la salida al océano Atlántico.
En estos trescientos años y, especialmente en los últimos cien, si por algo se ha caracterizado la política y diplomacia inglesa con el tema Gibraltar ha sido su coherencia; en cambio la española por sus vaivenes constantes alternando una y otra vez gestos de dureza y otros de tibieza y tolerancia.
Los ingleses no inventaron la piratería, que ya existía con griegos y fenicios; pero si hicieron de ella y especialmente de la piratería corsaria el mejor instrumento para defender sus intereses nacionales, especialmente cuando nosotros todavía éramos un imperio. Desde entonces, han practicado de uno u otro modo sus artes combinadas con el establecimiento de puertos francos si ello convenía a sus intereses comerciales, estratégicos o de cualquier otra naturaleza.
El valor de Gibraltar ha dejado de ser estratégico en lo militar, estando la base de Rota y España dentro de la Alianza Atlántica; pero el puerto franco casi libre de impuestos, es un excelente negocio para el establecimiento de empresas, comercio, venta de tabacos, gasolineras flotantes, vídeo-juegos y casinos virtuales, etc., etc. En definitiva, un paraíso tributario para hacer florecer mil negocios.
Pero que nadie se engañe, piratas son los ingleses, pero también muchos empresarios españoles que fijan en el peñón la sede de sus empresas. Corsarios son los ingleses, pero también los ciudadanos de la Línea que sacan sus dos mil euros entrando y saliendo con cajetillas de tabaco. Interesados en este trapicheo de aquí para allá y de allá para aquí, están los bares, restaurantes y comercios de uno y otro lado. Vamos que de estas ilegalidades no se libra nadie.
Alguien dirá que los pobres pescadores, los que faenan en sus tradicional banco de la bahía y que ahora les han rociado de bloques de hormigón. Aunque esto también tiene su cosa, ya que los dichosos bloques lo único que dificultan es la pesca de arrastre (precisamente la menos ecológica para la conservación marina), y además constituyen un excelente refugio para las especies acuáticas: de ahí que ellos esgrimen el argumento ecológico, aunque a lo mejor lo que pretenden es dar una vuelta de tornillo más en su dominio del peñón y sus aguas. Quizá pretendan ocultar el tendido de un cable telefónico submarino que aumente las 60.000 líneas de teléfono que el Ministro Morán les dio, lo que les permitiría lanzar el juego on-line en Internet ¿Quién sabe?
Lo cierto es que ellos están a lo suyo apretando y avanzando, nosotros a lo de siempre, aunque ahora toque la línea dura nuestra diplomacia y gobierno no sabe que hacer con el Peñón.
A mi personalmente a estas alturas de la película ya
me da igual que Gibraltar sea Inglés o Español; pero sea lo que sea, quiero un territorio legal donde los ciudadanos y las mercancías se traten igual que en La Línea o en Cádiz, así sabremos todos a que jugar.
No es menos cierto que los problemas que ahora plantea nuestra diplomacia acerca de las gasolineras flotantes (esgrimiendo igualmente el argumento ecológico), no es un asunto de ayer, ni de hace dos meses; llevan años funcionando así, como lo llevan con el trapicheo del tabaco, las drogas o los paraísos fiscales ¿A qué viene entonces ésta repentina preocupación gibraltareña? ¿No será una estúpida cortina de humo que tape el escándalo Barcenas?