Decía Unamuno que, cuando un amigo muere algo de nosotros muere también con él, y estos días de tu partida al más allá querido amigo Semitiel, algo de mi partió contigo también. Por este motivo me vas a permitir que, a fin de que los rendrijeros de nuestro querido pueblo entiendan lo que digo, haga público un aspecto de nuestra experiencia compartida que a ambos nos lleno de orgullo y satisfacción el haberla vivido.
Eran los años 60 cuando se abrió una escuela en una casa del barrio de San Juan, esquina de la calle Zorrilla con la de Progreso. Solía ir a menudo por allí pues, en la acera de enfrente estaba la bodega de mi padre, por lo que no tarde como buen rendrijero que soy, en mirar por las rendijas de la ventana y descubrir unos preciosos dibujos en sus paredes con hadas, enanitos, y personajes de Disney. Aquella escuela me fascinó desde ese día, y lo hizo porque era distinta. De entrada, contrastaba con la austeridad de la mía, cuyos elementos decorativos se ceñían además del consabido crucifijo a los retratos de rigor con el caudillo y el ausente. De ahí que siempre que iba a la bodega me acercase a escudriñar aquella aula que me cautivaba.
Siempre me pregunte que escuela tan extraña era aquella y quién sería aquel maestro de sonrisa complaciente cuando yo miraba. De niño nunca lo supe y no recuerdo haberlo preguntado. Ni tan siquiera había comentado esto con nadie. Ya a mediados de los 80, casualmente pasaba un día por la calle Progreso, un vehículo se disponía a entrar en una cochera situada en el mismo edificio donde estuvo la escuela y, aquellos preciosos dibujos, todavía estaban en la pared del fondo. Las viejas vivencias y recuerdos de infancia volvieronde nuevo a mi memoria.
Hace apenas unos años, y ya siendo compañero de tertulia de Semitiel, seguimos hablando Pepe y yo de mil historias fuera de programa y terminamos hablando de la profesión de Maestro, de la enseñanza… Entonces me contaste que tu habías sido maestro, que tuviste una escuela en barrio de San Juan, que habías decorado aquellos muros. Fue entonces cuando yo te confesé estas vivencias de infancia, el asombro y envidia que sentí por los niños de aquella aula y la satisfacción y orgullo que ahora era para mi ser compañero de aquel maestro que, sólo por sus dibujos y sonrisa, había cautivado mi admiración de niño.
Tuvieron que pasar cuarenta años para descubrir que tu eras aquel maestro de sonrisa abierta y complaciente que yo miraba con devoción tras las rendijas de una ventana. Ahora amigo Semitiel, rendrijero de pro donde los haya, aquella mirada y recuerdo infantil, la emoción años más tarde al redescubrirnos con alegría y gratitud; en parte se ha ido contigo, en otra parte vive en algún rincón del niño que sigo llevando dentro.
En memoria a un gran rendrijero. Semitiel
16 ene 2009
09:01
Placido Guardiola
3 comentarios :
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últimamente estoy siguiendo este blog a diario..y me encanta leer artículos como este, me parece que escribes de una manera muy "bonica"
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saludos desde inglatierra!
Soy una jumillana ausente (físicamente) desde hace muchos años, pero los que me conocen, amigos y familia, dicen que soy muy jumillanica, y tienen razón. A diario intento estar informada o licinciar, de lo que pasa por ahí a traves de la página del Ayuntamiento, de Telecable y desde que supe de este Blog... Hoy, esta noticia, me ha "removido" recuerdos y sentimientos de mi infancia y adolescencia en el Barrio de San Juan. No se cuando ha fallecido Semitiel (hijo), no era mi amigo, le conocia de "vista", pero su padre, su hermana, el apellido Semitiel han hecho que mi memoria remueva mis recuerdos, porque muchas veces entré en casa de "Pepe el Practicante"...
ResponderEliminarNo solamente cuando muere un amigo, también cuando personas de que de alguna u otra forma forman parte de tu historia y no somos conscientes hasta que lees una noticia como ésta y los recuerdos brotan como flores en primavera.
Querida paisana:
ResponderEliminarLamento que por eta vez te enterases del luctuoso fallecimiento de Semitiel (que tuvo lugar el 2 de Enero), por este medio. Yo también conocía a Pepe el practicante y guardo desde entonces un terror infantil a las inyecciones, pero cariñoso de él y su moto (una Guzi).
Me alegra saber que estas páginas te llevan un soplo de aire jumillano allí donde estes