La vida transcurre a veces por días de desolación y desesperanza, épocas en las que no se tienen noticias de Dios y en las que por los desolados y resecos campos ya no anda Jesucristo por los rastrojos.
Percibo en estos días mientras camino y observo a mi alrededor una de esas desérticas travesías de páramos infinitos azotados por la más persistente sequía y miseria. Cierto es que la climatología de este año ha provocado que el paisaje nos ofrezca una de sus visiones más desoladoras; pero ocurre que veo idéntico paisaje cuando intento mirar en el fondo del alma de las gentes.
«...de tanto aguantar las miserias de los últimos años, sus almas han quedado adormecidas, insensibles e indemnes»
Seguramente porque también por ellas llevan pasado varios años de miseria, mentiras y oprobio.
Es como si su capacidad de reacción hubiera quedado aletargada, dormida bajo el manto espeso de un polvo formado por la indiferencia. Diríase que, de tanto aguantar las miserias de los últimos años, sus almas han quedado adormecidas, insensibles e indemnes a todo cuanto pueda acontecer eliminando de ellas cualquier tipo de reacción.Los viejos del agro jumillano decían: «Siempre es mejor el temido pedrisco de una tormenta a la pertinaz sequía» , dicho que con los años he terminado por compartir plenamente. Ante esta desolación en las tierras y en las almas sería mejor una tormenta arrasadora cuyas aguas fecundas de nuevo hicieran brotar nuevos esquejes verdes sobre la tierra y esperanza e interés en las almas.
Seguro, de los negros y profundos nubarrones que ensombrezcan este sol abrasador. de los mil rayos y truenos que sacudan nuestras conciencias momentos antes de que las gruesas gotas de agua vivificante se derramen sobre el polvo seco que cubre nuestras conciencias adormeciendo nuestras almas. Necesitamos que el agua cristalina humedezca esa superficie hecha ahora costra casposa y penetre en nuestro interior haciéndonos despertar de este largo letargo.
Necesitamos abrir los poros de nuestra piel al exterior, pensar por un instante que no todo son nuevas tormentas de arena, cantos de sirena, mentiras piadosas, subterfugios políticos, corrupción y que aquí no hay quien se salve.
Necesitamos pensarlo porque sólo hay vida tras este manto de polvo e indiferencia en el que andamos todos escondidos y sumergidos. Es más, me atrevería a decir a que si todo esto sigue ocurriendo no es sino porque todavía andamos escondidos tras él, imbuidos en la idea de que al menos nos salvaremos individualmente.
Más seco, duro y pedregoso es el corazón y el entendimiento de la mayoría de los españoles. Y eso no se arregla con una buena lluvia, sino con una buena educación durante varias generaciones.
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